Comentario
CAPÍTULO VIII
Del modo de labrar las minas de Potosí
Bien dijo Boecio, cuando se quejó del primer inventor de minas,
Heu primus quis fuit ille,
Auri qui pondera tecti,
Gemmasque latere volentes,
Pretiosa pericula fodit.
Peligros preciosos los llama con razón, porque es grande el trabajo y peligro con que se sacan estos metales que tanto precian los hombres. Plinio dice que en Italia hay muchos metales, pero que los antiguos no consintieron beneficiarse por conservar la gente. De España los traían, y como a tributarios, hacían a los españoles labrar minas. Lo proprio hace agora España con Indias, que habiendo todavía en España sin duda mucha riqueza de metales, no se dan a buscarlos ni aun se consiente labrar por los inconvenientes que se ven; y de Indias traen tanta riqueza, donde el buscalla y sacalla no cuesta poco trabajo, ni aun es de poco riesgo. Tiene el cerro de Potosí cuatro vetas principales, como está dicho, que son la Rica, la de Centeno, la de Estaño, y la de Mendieta. Todas estas vetas están a la parte Oriental del cerro, como mirando al nacimiento del sol; a la Occidental no se halla ninguna. Corren las dichas vetas Norte Sur, que es de polo a polo. Tienen de ancho por donde más, seis pies; por donde menos, un palmo. Otras diversas hay que salen de éstas, como de ramos grandes los más pequeños suelen producirse en el árbol. Cada veta tiene diversas minas, que son partes de ella misma, y han tomado posesión y repartídose entre diversos dueños, cuyos nombres tienen de ordinario. La mina mayor tiene ochenta varas y no puede tener más por ley ninguna; la menor tiene cuatro. Todas estas minas hoy día llegan a mucha profundidad. En la veta Rica se cuentan setenta y ocho minas; llegan a ciento y ochenta estados en algunas partes, y aun a doscientos de hondura. En la veta de Centeno se cuentan veinte y cuatro minas. Llegan algunas a sesenta y aun ochenta estados de hondura, y así a este modo es de las otras vetas y minas de aquel cerro. Para remedio de esta tan gran profundidad de minas se inventaron los socabones, que llaman, que son unas cuevas que van hechas por debajo desde un lado del cerro, atravesándole hasta llegar a las vetas. Porque se ha de saber que las vetas, aunque corren Norte Sur, como está dicho, pero esto es bajando desde la cumbre hasta la falda y asiento del cerro, según se cree que serán, según conjetura de algunos, más de mil y doscientos estados. Y a esta cuenta aunque las minas van tan hondas, les falta otro seis tanto hasta su raíz y fondo, que según quieren decir ha de ser riquísimo, como tronco y manantial de todas las vetas. Aunque hasta agora antes se ha mostrado lo contrario por la experiencia, que mientras más alta ha estado la veta ha sido más rica, y como va bajando en hondo va siendo su metal más pobre. Pero en fin, para labrar las minas con menos costa, y trabajo y riesgo, inventaron los socabones, por los cuales se entra y sale a paso llano. Tienen de ancho ocho pies y de alto más de un estado. Ciérranse con sus puertas; sácanse por ellos los metales con mucha facilidad, y págase al dueño del socabón el quinto de todo el metal que por él se saca. Hay hechos ya nueve socabones y otros se están haciendo. Un socabón que llaman del Venino, que va a la veta Rica, se labró en veinte y nueve años, comenzándose el año de mil y quinientos y cincuenta y seis, que fueron once después de descubrirse aquellas minas, y acabándose el año de ochenta y cinco en once de abril. Este socabón alcanzó a la veta Rica en treinta y cinco estados de hueco hasta su fondo, y hay desde allí do se juntó con la veta hasta lo alto de la mina, otros ciento y treinta y cinco estados, que por todo este profundo bajaban a labrar aquellas minas. Tiene todo el socabón desde la boca hasta la veta (que llaman el Crucero), doscientas y cincuenta varas, las cuales tardaron en labrarse los veinte y nueve años que está dicho, para que se vea lo que trabajan los hombres por ir a buscar la plata a las entradas del profundo. Con todo eso trabajan allá dentro, donde es perpetua obscuridad, sin saber poco ni mucho cuándo es día ni cuándo es noche; y como son lugares que nunca los visita el sol, no sólo hay perpetuas tinieblas, mas también mucho frío, y un aire muy grueso y ajeno de la naturaleza humana, y así sucede marearse los que allá entran de nuevo, como a mí me acaeció, sintiendo bascas y congojas de estómago. Trabajan con velas siempre los que labran, repartiendo el trabajo de suerte que unos labran de día y descansan de noche, y otros al revés les suceden. El metal es duro comúnmente y sácanlo a golpes de barreta, quebrantándole, que es quebrar un pedernal. Después lo suben a cuestas por unas escaleras hechizas de tres ramales de cuero de vaca retorcido como gruesas maromas, y de un ramal a otro puestos palos como escalones, de manera que puede subir un hombre y bajar otro juntamente. Tienen estas escalas de largo diez estados, y al fin de ellas está otra escala del mismo largo, que comienza de un releje o apoyo, donde hay hechos de madera unos descansos a manera de andamios, porque son muchas las escalas que se suben. Saca un hombre carga de dos arrobas atada la manta a los pechos, y el metal que va en ella, a las espaldas; suben de tres en tres. El delantero lleva una vela atada al dedo pulgar, para que vean, porque como está dicho ninguna luz hay del cielo, y vanse asiendo con ambas manos, y así suben tan grande espacio que como ya dije, pasa muchas veces de ciento y cincuenta estados, cosa horrible y que en pensalla aun pone grima. Tanto es el amor del dinero, por cuya requesta se hace y padece tanto. No sin razón exclama Plinio tratando de esto: "Entramos hasta las entrañas de la tierra, y hasta allá en el lugar de los condenados buscamos las riquezas." Y después, en el mismo libro: "Obras son más que de gigantes las que hacen los que sacan metales, haciendo agujeros y callejones en lo profundo, por tan grande trecho barrenando los montes a luz de candelas, donde todo el espacio de noche y día es igual y en muchos meses no se ve el día, donde acaece caerse las paredes de la mina súbitamente y matar de golpe a los mineros." Y poco después añade: "Hieren la dura peña con almadanas, que tienen ciento y cincuenta libras de hierro; sacan los metales a cuestas trabajando de noche y de día, y unos entregan la carga a otros y todo a escuras, pues sólo los últimos ven la luz. Con cuños de hierro y con almadanas rompen las peñas y pedernales, por recios y duros que sean, porque en fin es más recia y más dura la hambre del dinero." Esto es de Plinio, que aunque habla como historiador de entonces, más parece profeta de agora. Y no es menos lo que Phocio de Agatarchides refiere, del trabajo inmenso que pasaban los que llamaban crisios, en sacar y beneficiar el oro, porque siempre, como el sobredicho autor dice, el oro y plata causan tanto trabajo al haberse, cuanto dan de contento al tenerse.